sábado, 8 de agosto de 2015

Creo que esta es la entrada 100. Cien veces son las que vine a este lugar a buscar consuelo, a intentar dejar las penas, a quejarme, a ordenar pensamientos, a decir aquello que no me atrevía. Hoy vengo una vez más a pensar en voz alta, a gritar lo que no puedo gritarle a nadie, porque me alejo sola, porque me escondo en mi caparazón, porque tengo miedo. Miedo de no poder con todo, de fallar en lo último que me falta. Miedo a intentar en los aspectos inexplorados de mi vida, a no ser capaz de sostener una salida, de ser simpática. Entonces me alejo, o más bien alejo a aquellos que quieren acercarse. Les pongo distancia, los trato como nunca los trataría si no fuera por mis propios miedos. Soy aquella que se interpone en mi propio camino, aquella que vive pendiente de los que la rodean, de que la quieran o no, de que le den una oportunidad. Porque no quiere no pertenecer al mundo. Y envidio, y me siento mal, porque no está bueno sentir envidia. Y no quiero que nada me importe, de verdad, no quiero. Quiero que las cosas fluyan, ser mi propio motor de felicidad y hacer felices a los que me rodean. No quiero alejar a más gente de la que me agrada, porque me gusta que esté en mi vida. Quiero tomar las riendas, sin pensar demasiado en lo que vendrá, porque tengo que confiar en mí, en la clase de persona que soy. Porque pase lo que pase voy a elegir no lastimar a nadie.

Dios, pongo todo en tus manos. Guíame por el camino, ayúdame a no perderme, a no fallar ahora.

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